A través de la ventana

Como en veces anteriores, hoy os quiero relatar una pesadilla que tuve la noche del 29 de marzo de 2023. Sabéis que suelo escribir los sueños que soy capaz de recordar en una especie de diario que tengo, pero lo cierto es que llevaba una buena temporada sin hacerlo debido a que no conseguía acordarme de ninguno. Desde el 29 hasta hoy no he vuelto a recordar ninguno, pero tened por seguro que la pesadilla que os voy a narrar a continuación se quedó grabada a fuego en mi memoria.

Me encontraba yo en mi antigua casa, la casa donde me crie desde la infancia. Un dúplex con terraza bastante amplio donde viví hasta, si no recuerdo mal, mediados de secundaria. Era una noche de tormenta y toda la casa estaba en absoluta calma —todo lo en calma que puede estar una casa en una noche de tormenta—. Es gracioso el hecho de que en los sueños nunca sabes cómo has llegado al lugar de inicio, y no te cuestionas nada. Yo me había despertado en mi habitación con una gran inquietud. ¿Conocéis esa sensación muy habitual en los sueños de que vais en una especie de raíles invisibles, que no sois capaces de controlar vuestros actos y que todo lo que hacéis parece predeterminado desde el mismo principio?, pues este sueño no tendría sentido si no fuese por este mismo hecho. Esa inquietud que estaba dentro de mí me empujó a levantarme de la cama y salir de mi habitación.

Describiré ahora la estructura de mi antigua casa para que quienes nunca estuvieron allí se hagan un esquema mental y tengan una lectura más inmersiva. El dúplex contaba con una primera planta formada por un pasillo de entrada, una cocina y un salón. La disposición de las estancias describía un circuito en espiral, desde la puerta principal entrabas por un pasillo a modo de hall, dejabas a tu mano derecha una puerta de un pequeño baño y, al atravesar una puerta corredera, llegabas a una cocina cuadrada bastante bien decorada. Si seguías a tu izquierda atravesabas otra puerta por la que se accede al amplio salón. Nada más entrar en el salón a tu mano izquierda, junto a una ventana desde la que se puede ver la puerta de entrada por fuera, hay unas escaleras con forma de L —con el giro hacia la izquierda— para subir al segundo piso. Al acabar las escaleras te encontrabas en una estancia con tres puertas, la de la derecha era mi habitación.

En esa habitación es donde yo me encontraba. Ya erguido y empujado por ese impulso que surgía de mi interior, me decidí a abrir la puerta y a bajar por las escaleras hacia el salón. La tormenta arreciaba en el exterior, y a medida que bajaba podía observar que a través de las ventanas del oscuro salón los destellos de los rayos iluminaban toda la estancia de forma intermitente.

Mi estado a medida que descendía la escalera era tan tenso que me quedé helado en el instante en que un ronquido resonó a mis espaldas. Después de recomponerme, me percaté de que era mi padre, y recuerdo que me alegró confirmar que no estaba solo y que el resto de mi familia descansaba tranquilamente en las otras habitaciones. Gracias a eso conseguí armarme de valor y seguir a mi impulso de visitar el piso de abajo.

Examiné el salón con detenimiento y nada parecía fuera de lo normal, más bien lo contrario, me desconcertó el hecho de pensar que esa extraña sensación que me llevaba hacia la planta baja no tenía ningún fundamento. Al no encontrar nada en el salón, me asomé a través de la puerta de la cocina para examinar la siguiente estancia.

La cocina se encontraba sumida en una oscuridad mayor que el salón. Esto se debía a que solo tenía una ventana, y la poca claridad que recibía provenía de las habitaciones adyacentes —gracias a que tanto la puerta que lleva al hall como la que daba al salón eran acristaladas—. Mientras me encontraba aún junto a la puerta del salón y tras un primer vistazo a la estancia, nada llamó mi atención, por lo que procedí a adentrarme un poco más.

Todo parecía en orden hasta que, al llegar al centro, un escalofrío recorrió mi espalda. Solo me había movido un par de pasos desde la puerta del salón, pero justo a mi derecha se encontraba la puerta corredera que llevaba al hall y a la entrada de la casa. Debido a que era acristalada, podía ver a través de ella, pero no pude distinguir nada extraño al otro lado. Por lo tanto, impulsado por esa inevitabilidad de actos que se producen en los sueños, agarré la manilla y procedí a abrirla. Después de un rápido examen del hall, no pude ver nada que llamase mi atención, cuando de pronto centré mi mirada en la ventana que se encontraba al final del pasillo, justo al lado de la puerta de la entrada. No vi nada, hasta que un rallo calló muy cerca de la casa armando un gran estruendo, y tras la ventana dibujó la negra silueta de un hombre que me observaba desde el exterior.

Silueta tras la ventana.

«Los mayores horrores a menudo paralizan la memoria de una manera piadosa»
—H.P. Lovecraft

Me quedé petrificado, incapaz de cualquier movimiento y mientras yo no podía apartar la mirada de la ventana, la extraña figura balbuceó unas palabras que no conseguí descifrar. Acto seguido comenzó a batir su cabeza contra el cristal cada vez con más intensidad. Los rayos seguían cayendo muy cerca de la casa, resonando por todas partes e iluminando la impactante y grotesca escena. Él continuaba aporreando su cabeza contra el cristal hasta que este empezó a quebrarse, golpeaba con tanta violencia que se podía ver cómo su frente empezó a sangrar y al poco tiempo tenía toda la cara cubierta de sangre.

La tensión llegó a tal punto que yo, en un bloqueo mental absoluto, no lo pude soportar más y me desperté aterrorizado. Descubrí que ya no me hallaba en mi antigua casa, sino que estaba en mi cama durmiendo al lado de mi novia, la cual me apresuré a abrazar con todas mis fuerzas para librarme de la horrible sensación de desasosiego que me recorría de arriba abajo.

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